martes, abril 20, 2004

KIKETSU

En el aula cabían menos de treinta mesabancos pero acomodaban cincuenta en cinco hileras de diez. Al apellidarte Arias caerías como en la silla tres -derecha a izquierda de la primera hilera-. Gamiño era como el veintiocho y lo recuerdo por su: ¿me prestas inientos esos?
Kiketsu en el veintinueve o treinta, pocas veces me dirigió la palabra, si acaso recortaba un Hola-el-día-de-ayer-te-grabé-un-capítulo-de-Telesecundaria-porque-sé-que-las-actuaciones-de-pendejosniñosextras-te gustan en un papel cuadriculado y lo pasaba en orden hasta llegar al siete, el mío. Algo que lo enojaba siempre era que pasaran el pedazo de papel en trayectorias rectas, el método era 28,27,26,25...
Y ahí se acaba la historia.
Kiketsu en clases de fotografía perseguía todo. Mi hermano me contó que especialmente buscaba hacer retratos de dedos índices o todo lo que se le pareciera. Mi hermano me dijo que en la época quesque de cuervo y rol del Kiketsu, yo había adquirido cierto parecido a un dedo índice y hacía feo un pedazo de pared donde colgaba otro pedazo de foto. Qué enfermazo.
Y ahí se acaba la historia.
La primera vez que leí un diario que no era mío, (y la última)(en tinta) fue porque el Kiketsu me prestó el suyo y me advirtió que "la historia donde aparece una princesa azteca y un motociclista no es real". Me quedé con su librito morado más o menos un mes, hasta que me lo pidió porque tenía que hacer una reseña de un concierto.
Y ahí se acaba la historia.
Un día contesté el teléfono y escuché "duh?" y seguido una confesión de desamor: "Esque yo quería a Masako y Japón está re lejos".
Y ahí se acaba la historia.
La primera vez que ví una figura en plastilina epóxica no me gustó. Por eso mi hermano y Kiketsu sabían que no debían regalarme ninguna. En cambio, podían regalarme servilletas usadas.
Y ahí se acaba la historia
El día de hoy a Kiketsu se le cayeron novecientosdieciseis cabellos.
Y (ora sí) ahí se acaba la historia.

jueves, abril 01, 2004

HISTORIA DE LO QUE NO FUE

Luego, ella me golpeó y me tumbó sobre un saco de ropa doblada, estaba yo encima de un banco de tres patas y la caída fue desde más alto. Una vez allí, no pensé en regresar el golpe, la cosa es que no pensé nada; ella gritaba y los demás reían, así que contagiosa, la risa, se pasó para mi hociquito mientras trataba de escuchar música nueva, ahi, de fondo. Todo duró menos de cinco minutos. La mujer no parecía enojada, solo parecía llena de una extraña cosa que en su momento ella llamó lucidez. Esa que encanta aún más cuando el propósito es no ser más un espectador. Piensas que las opciones son múltiples, no son capciosas como en aquel examen de:
a)Sí
b)No
c)No sé
es más bien llegar y decidir que la a) o la b) pueden llegar a serse no simultáneas, sino una a una, mediante la consumación de más de un acto que no sea solo imaginado.
Así, una vez que tumbó el banco de tres patas, también apagó la música, también dijo a todos que no rieran, también dijo a todos que rieran más alto, también rió, también me pateó, también me saludó de apretón de mano, también dábase cuenta de que todo aquello encajaba en algo. ¿en qué? Eso sí no sé. ¿Para qué? Para tener poder.

Una vez yo tuve poder, recuerdo que lo tenía en la mano izquierda, como una a), y en la derecha no tenía nada, era entonces la b) o la c), pero la cosa, el contenido neto, fue que no debían hacerse averiguaciones previas para utilizarlo. Yo lo tenía allí esa vez y sirvió para que pudiera subir a un camión y visitarla mientras estaba en cama en el Hospital Civil, tenía unas revistas de crucigramas y justo su vecina acababa de salir, entonces le ofrecí una paleta y ella después curó de su pie y la historia terminó en recuerdo. El poder no era sobre, era debajo de.

Así que mientras ahora recuerdo que no me dolió caer desde el banco de tres patas, que no sentí dolor cuando me pateaba y que me fuí de allí tarareando, el hecho se convierte en debilidad absurda. Me convierto en historia de una página en un día. Luego, el pedo es volver a caminar, volver a tener una erección (ah no, ¿edá?) volver a bañarme y volver a tener un propósito con dolor íntegro e integrado, magno pero suavecito.

Si esa no es la cosa, carnalito, la cosa es que si yo quisiera volver para caminar o para bañarme, lo estaría haciendo en el Zen de hoy. La cosa es esa, carnalito, que necesitaría suprimir cualquier opción de opción, que pueda hablarle de tú al dese y que si me contestara de usted yo caminara para atrás o para adelante o para los lados sin frío de huesos, sin que esa vuelta fuera vuelta.
HISTORIA DE LO QUE NO SERÁ