Historia (in)completa de “…”
Que érase un héroe que no lo era y que desde el puente algunos pensábamos en conformarlo con unas bellas nalguitas, gafas de sol, bastón, bikini, traje sastre, diente de oro, zapatos bostonianos, bermudas kaki, gabardina de mago, pestañas postizas y un número más de artefactos o de ninguno. Menudo y desnudo artefacto de entretenimiento o, si se quiere, complicado y repleto de monadas hasta el hartazgo.
Que se iba a llamar “Super-Algo”, que no sabíamos cómo, y que, o pretendía ser el malo, o decíase hasta en los lavaderos y las centrales camioneras que era el bueno y hasta el dulce señorito.
Que hubo ya uno al que crucificaron, otros más que utilizaban capas, algunos expertos en la maroma o en la elaboración de bombas. Acabamos encontrándonos con uno que hacía nada, que le molestaba nada, que decía nada y que se llamaba “...”. Su madre nunca lo parió, su delicada anti-tez no besó bigotes o boquitas rosas, ¡ni qué decir que alguna vez experimentara el coito anal!, tuvo un hijo llamado Cero y cuando no se acostaba no rezaba o sí rezaba, no saboreaba gustoso de un plato de mole poblano porque era una delicia antinatural de un universo sin estrellas, de una catástrofe sin remedio o viceversa.
Que aquellos que digo que nos conformábamos como “algunos” precisando ideas aquí y allá, hubimos de rendirnos ante la magistral abstracción de “...”, el no-fundido en papel o en imagen, el anti-todo y el antídoto.
Que sin uniforme de bombero, mini-uzis, taparrabo o sombrero de carnaval, ese héroe que (tampoco) era antihéroe llamado “...”, dejó de ser (o de no ser) a las 20:30 horas, justo a tiempo para volver a casa, estrangular algo llamado confort y revitalizarlo con agüita, para que viva pasivo, para que, imperceptible, nos coma con nuestro consentimiento previo.